Por Sir Evil Williams Vernel
(Adaptación libre -y steampunkie- del poema de Edgar Allan Poe)
Una vaporosa medianoche leía, débil y cansado,
cierto marconi raro de sabiduría ancestral,
cuando, de repente, un suave roce me vino a despertar,
como si alguien llamara a mi vagón.
«Debe ser una visita», pensé, «frente a mi vagón.
Sólo eso y nada más.»
Ah, recuerdo claramente aquel gélido diciembre.
Y aquellas brasas luminíferas sobre el suelo chispear.
Yo ansiaba que llegase el amanecer, pues, en vano, una tregua
buscaba en mis marconis por la pérdida de Leonor,
aquella radiante dama por los transistores llamada,
ya sin nombre, nunca más.
El triste susurro de las rojas persianas
de terrores me llenaba, como nunca antes lo sufrí.
Por calmar mi armatoste corazón me esforzaba en repetir:
«Alguna visita es, que a mi vagón quiere entrar.
Una tardía visita, que a mi vagón ha de pasar.
Esto es, y nada más».
Luego, ya con más firmeza, y sin mostrar más flaqueza:
«Caballero, o señora, mil disculpas os imploro,
pero es que dormitaba, y tan leve habéis llamado,
y tan suave habéis tocado al llamar a mi vagón,
que de oírlo he dudado». Y lo abrí de par en par.
Sombras sólo, y nada más.
Por largo estuve mirando y escrutando aquellas tinieblas,
dudando, soñando vapores como nadie se atrevió jamás.
Pero el silencio era tal, y tan muda la oscuridad.
Y la única palabra fue el susurro «¡Leonor!».
que yo susurré, y el eco lo volvió a hacer: «¡Leonor!».
Esto apenas, nada más.
De vuelta en mi vagón, con el alma encendida,
nuevamente un golpeteo metálico se escuchó, ahora con más vida.
«Sin duda», me dije, «es que algo hay tras la ventana.
Veamos de qué se trata, y el misterio descubramos.
Calma un poco, armatoste corazón, y el misterio revelemos.
Será el vapor, y nada más.»
Y en abriendo la persiana, entró, con suave aleteo,
un majestuoso cuervapor de aquellos días pretéritos.
Sin la menor reverencia, y sin ningún miramiento,
se posó sobre el daguerrotipo que el vagón adornaba.
Sobre el daguerrotipo de Nikola Tesla, con vapores de gran señor.
Se posó, y nada más.
Esta mecánica criatura cambió mi temor en sonrisa,
por el grave decoro y seriedad de su cara carbón.
«Aun con el monóculo empañado, no se te ve acobardada,
vieja ave errabunda de la noche y el vapor.
Di, ¿cuál es tu nombre, cuál, en la noche cinetoscópica?»
Dijo el cuervapor «Nunca más».
¡Qué asombro, tal pajarraco con el don de hablar!,
si bien aquella respuesta fuera tan poco cabal.
Pues no puede refutarse que nunca antes hubo nadie
que alcanzara a contemplar ave alguna en su vagón,
ave o bestia reposar sobre el daguerrotipo de su vagón,
con tal nombre «Nunca más».
Pero el cuervapor, allí sentado sobre el daguerrotipo,
sólo aquella frase dijo, tal y como si su propulsor fuera ella.
Ni otra sílaba soltó, ni una tuerca caer dejó.
Al final, yo murmuré: «Otros amigos ya se fueron.
También él me dejará, con el cronómetro al alba irá».
Dijo el cuervapor «Nunca más».
Trastocado por respuesta tan locuaz y oportuna,
exaltado cual verniano viaje a la Luna,
«Sin duda», me convencí, «sólo sabe repetir
lo que algún dueño, cual fonógrafo rayado,
mecanizado y cruel, le ha hecho repetir
‘Nunca más’».
Mas el cuervapor una sonrisa arrancó aún a mi apatía.
Acerqué una butaca de aluminio frente al daguerrotipo.
Luego, sobre el aluminio comencé a enlazar
fantasías, al pensar qué querría este vil,
despreciable, tenebroso pájaro siniestro
graznando «Nunca más».
Así sentado pensaba, sin decir una palabra,
frente al ave cuyos ojos el pecho me abrasaban.
Esto y más reflexionaba, con la cabeza apoyada
en el suave aluminio que la luz acariciaba,
aquel suave aluminio que a ella tanto le gustaba,
y no usará, ah, nunca más.
Luego el aire se hizo denso, perfumado como carbón quemado
de invisibles transistores pululando alrededor.
«¡Miserable!» le grité. «El Industrial te envía para hacerme
aspirar este láudano y dejar de recordar.
Házmelo tragar y a Leonor podré olvidar.»
Dijo el cuervapor «Nunca más».
«¡Tú, profeta!» le espeté, «seas pájaro o demonio,
ya te envíe el Industrial, o si el vaporium te arrojó
a este desolado, salvaje, tren encantado,
a este vagón horrorizado, te lo imploro, dímelo,
¿hay un láudano en la metrópolis? Dime, dime, por favor.»
Dijo el cuervapor «Nunca más».
«¡Tú, profeta!» le grité, «seas pájaro o demonio,
por el vapor que nos cubre, por el Industrial que adoramos,
di a este pobre desgraciado si en aquella metrópolis lejana
abrazar podré a Leonor, por los transistores nombrada,
a la dama Leonor, por los transistores llamada.»
Dijo el cuervapor «Nunca más».
«Sea ese nuestro adiós, pajarraco espectral.
Vuélvete a la vaporosidad y a la noche cinetoscópica.
Ni una negro engranaje dejes que tu farsa me recuerde.
¡Deja en paz mi soledad! ¡Sal del daguerrotipo del vagón!
¡Quita el pico metálico de mi pecho, y tu sombra del vagón!»
Dijo el cuervapor «Nunca más».
Pero el cuervapor no se fue; aún sigue allí posado,
sobre el daguerrotipo de Nikola Tesla que hay en el vagón.
Y parece que sus ojos, al soñar, son de un demonio industrial.
Y la luminífera que fluye sobre él hace sombras alrededor.
Y mi alma, de esa sombra, que allí flota,
no escapará… nunca más.
Ilustración: Lynda Evelyn